EJERCICIO DEL SANTO VIA CRUCIS

En el nombre del Padre y del Hijo, y del Espíritu Santo.
R/. Amén.

«Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame» (Mt 16, 24).

INTRODUCIÓN

Con el devoto ejercicio del Viacrucis, la Iglesia quiere recordar y revivir los acontecimientos de la última etapa del camino terreno del Hijo de Dios. Hoy, como cada año, nuestra parroquia se congrega para seguir las huellas de Jesús que, «cargando con su cruz, salió hacia el lugar llamado Calvario, que en hebreo se llama Gólgota» (Jn 19, 17).

Estamos aquí, conscientes de que el vía crucis del Hijo de Dios no fue simplemente el camino hacia el lugar del suplicio. Creemos que cada paso del Condenado, cada gesto o palabra suya, así como lo que han visto y hecho todos aquellos que han tomado parte este drama, nos hablan continuamente. En su pasión y en su muerte, Cristo nos revela también la verdad sobre Dios y sobre el hombre.

Queremos reflexionar con particular intensidad sobre el contenido de aquellos acontecimientos, para que nos hablen con renovado vigor a la mente y al corazón, y sean así origen de la gracia de una auténtica participación.

Participar significa tener parte. ¿Qué quiere decir tener parte en la cruz de Cristo? Quiere decir experimentar en el Espíritu Santo el amor que esconde tras de sí la cruz de Cristo. Quiere decir reconocer, a la luz de este amor, la propia cruz. Quiere decir cargarla sobre la propia espalda y, movidos cada vez más por este amor, caminar…

Caminar a través de la vida, imitando a Aquel que «soportó la cruz sin miedo a la ignominia y está sentado a la diestra del trono de Dios» (Hb 12, 2).

Pausa de silencio

Oremos.
Señor Jesucristo,
colma nuestros corazones con la luz de tu Espíritu Santo,
para que, siguiéndote en tu último camino,
sepamos cuál es el precio de nuestra redención
y seamos dignos de participar
en los frutos de tu pasión, muerte y resurrección.
Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos.
R/. Amén.

I  

IDescripción: Primera estación

  • Primera Estación: Jesús es condenado a muerte.

Te adoramos, Cristo, y te bendecimos. Porque con tu Santa Cruz redimiste al mundo.

Evangelio según San Mateo 27, 22-23.26«Díceles Pilato: «Y ¿Qué voy a hacer con Jesús, el llamado el Cristo?» Dicen todos: «¡Sea crucificado! «Pero ¿Qué mal ha hecho?» preguntó Pilato. Más ellos seguían gritando con más fuerza: «Sea crucificado». «…Entonces les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de azotarle, se lo entrego para que fuera crucificado».

Meditación.

Habla Jesús:

No eches la culpa a nadie.
No fue sólo Pilato quien me condenó a muerte.
Fuisteis, y sois, todos vosotros los hombres;
todos habéis gritado en vuestra vida:

¡No queremos a ese! ¡No tenemos más Rey que el César! ¡No tenemos más Rey que el dinero, la venganza, el placer!

Acepto. ¡Moriré! Solamente quisiera saber:
¿Por qué? ¿Por qué me rechazas,
por qué no me amas, por qué me condenas? ¿Qué te hice?
¿En qué te contristé?
Pueblo mío, respóndeme.

Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

Señor ten piedad de nosotros, ten piedad de nuestros pecados.

II  

Descripción: Segunda estaciónSegunda Estación: Jesús carga con la Cruz.

Te adoramos, Cristo, y te bendecimos. Porque con tu Santa Cruz redimiste al mundo.

Evangelio según San Mateo 27, 27-31: «Entonces los soldados del procurador llevaron consigo a Jesús al pretorio y reunieron alrededor de él a toda la cohorte. Le desnudaron y le echaron encima un manto de púrpura; y , trenzando una corona de espinas, se la pusieron sobre su cabeza, y en su mano derecha una caña; y doblando la rodilla delante de él, le hacían burla diciendo: «¡Salve, Rey de los judíos!», y después de escupirle, cogieron la caña y le golpeaban en la cabeza. Cuando se hubieron burlado de él, le quitaron el manto, le pusieron sus ropas y le llevaron a crucificarle.»

Meditación.

Habla Jesús:

El que quiera ser discípulo mío que tome su cruz y me siga. Yo voy el primero.
Todos tenéis que llevar vuestra cruz.
A todos os costará, como me cuesta a mí.
Yo llevo vuestra cruz,
la que merecisteis vosotros, pecadores;
pero de mis hombros pasa el largo madero del dolor hasta vuestros hombros;
todos vamos llevando la cruz.
Mas la cruz te puede hacer un santo
o un rebelde blasfemo.
Ante el dolor, la muerte, la injusticia,
la persecución; cuando la rebeldía se levante en tu corazón, mira a la cabeza de la procesión de todos los que sufren:
Allí estoy yo, tu Dios, llevando la cruz.

Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

Señor ten piedad de nosotros, ten piedad de nuestros pecados.

Descripción: Tercera estación
III  
  • Tercera Estación: Jesús cae por primera vez.

Te adoramos, Cristo, y te bendecimos. Porque con tu Santa Cruz redimiste al mundo.

Libro del profeta Isaías 53, 4-6: ¡Y de hecho cargó con nuestros males y soportó todas nuestras dolencias! Nosotros le tuvimos por azotado, herido por Dios y humillado. Más fue herido por nuestras faltas, molido por nuestras culpas. Soportó el castigo que nos regenera, y fuimos curados con sus heridas. Todos errábamos como ovejas, cada uno marchaba por su camino, y Yahvé descargó sobre él la culpa de todos nosotros.»

Meditación.

Habla Jesús:

Aquí me tienes, tirado por los suelos.
No puedo más. Ten compasión de mí.
Quítame este madero, ¡es más tuyo que mío!
Es tu pecado que me oprime.
No te apartes.
Mírame, al menos, a los ojos;
quiero saber si te burlas, si te ríes,
si eres indiferente.
Quiero saber si me odias o me amas.

Continuaré mi camino:
quiero que sepas hasta dónde te amo;
quiero que sepas lo que vales,
lo que supones para mí.

Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

Señor ten piedad de nosotros, ten piedad de nuestros pecados.

IV  

Descripción: Cuarta estación

  • Cuarta Estación: Jesús encuentra a María, su Santísima Madre.

Te adoramos, Cristo, y te bendecimos. Porque con tu Santa Cruz redimiste al mundo.

Evangelio según San Lucas 2, 34-35.51: » Simeón les bendijo y dijo a María, su madre: «Éste está puesto para caída y elevación de muchos en Israel, y como signo de contradicción. ¡Y a ti misma una espada te atravesará el alma! a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos corazones.»…Su madre conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón.»

Meditación.

Habla Jesús:

Lo esperabas, ¿verdad, madre mía?
Ah no, no son malos, es que no saben lo que hacen.
¡Los hombres! Los amo tanto… Tú lo sabías desde siempre. No llores; sufre solamente.
Quiero que no te pierdas nada.
Sube al Calvario conmigo. Sufre, madre.
No quiero librarte de nada.
Serás para siempre la madre dolorosa,
la más dolorosa.
Al pie de la cruz aprenderás cómo es el corazón del hombre; al pie de la cruz aprenderás a amarlos con locura;
allí serás la madre de todos;
todos los hijos que aman a sus madres te quieren a ti.

Gracias, madre. El Señor ha estado siempre contigo,
y tú siempre con el Señor, también ahora,
camino del Calvario.

Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

Señor ten piedad de nosotros, ten piedad de nuestros pecados.

Descripción: Quinta estación
V  
  • Quinta Estación: Simón ayuda a llevar la Cruz de Jesús.

Te adoramos, Cristo, y te bendecimos. Porque con tu Santa Cruz redimiste al mundo.

Evangelio según San Mateo 27, 32; 16, 24: «Al salir, encontraron a un hombre de Cirene llamado Simón, y le obligaron a llevar su cruz.» «Entonces dijo Jesús a sus discípulos: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame.»

Meditación.

Habla Jesús:

No importa que lo hagas a la fuerza.
Gracias, Simón. Yo no podía más.
Eres el padre de muchos hombres, que llevarán mi cruz a través de los siglos.
La cruz de su dolor, de su humillación, de su pobreza,
de sus pecados; la llevarán sin saber que es la mía;
como tú no sabes que la que llevas es la cruz de Dios.

Los que sufrís, hermanos, mirad a este hombre bueno
llevar mi cruz; sabed que todos sois mis cirineos,
que todos me acompañáis hasta el Calvario.
No hay hombres sólo para clavar;
también los hay para llevar la cruz.
Yo he santificado vuestro dolor

Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

Señor ten piedad de nosotros, ten piedad de nuestros pecados.

VI  

Descripción: Sexta estación

  • Sexta Estación: La Verónica enjuga el rostro de Jesús.

Te adoramos, Cristo, y te bendecimos. Porque con tu Santa Cruz redimiste al mundo.

Libro del profeta Isaías 53, 2-3: «Creció ante él como un retoño, como raíz en tierra reseca. No tenia apariencia ni presencia; (le vimos) y carecía de aspecto que pudiésemos estimar».

Meditación.

Ya casi no veía.
Esta sangre que caía hasta los ojos era de las heridas de las espinas.
Ahora sí; ahora que me has limpiado el rostro con tu lienzo, ahora sí, veo mejor a los hombres, que no se conmueven;
veo a los niños asustados;
veo a las mujeres, tus hermanas, que sufren.
Nadie se ha atrevido;
¡ah!, cuántos cobardes a mi alrededor;
no sólo ahora, esto será siempre;
cuántos de ahora y de después se creían amigos míos
y no lo eran ni para limpiarme el rostro de sangre.
¡Cuántos me dejarán pasar así, manchado y sucio!
Pero tú has sido valiente, no has tenido miedo,
y te has acercado y me has limpiado el rostro.
Ya casi no veía.

Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

Señor ten piedad de nosotros, ten piedad de nuestros pecados.

VII  

Descripción: Séptima estación

  • Sétima Estación: Jesús cae por segunda vez.

Te adoramos, Cristo, y te bendecimos. Porque con tu Santa Cruz redimiste al mundo.

Libro de las Lamentaciones 3, 1-2.9.16: «Soy el hombre que ha visto la aflicción bajo el látigo de su furor. Me ha llevado y me ha hecho caminar en tinieblas y sin luz. Ha cercado mi camino con sillares, ha torcido mis senderos. Ha quebrado mis dientes con guijarros, me ha revolcado en la ceniza».

Meditación.

Habla Jesús:

Aquí me tienes, otra vez, por tierra.
La hice con mis manos esta tierra que ahora me es tan dura; de ella os hice a todos vosotros.
Pegad, hermanos; sólo a golpes podré levantarme.
Es que no puedo más. No tengáis compasión de mí;
quiero llegar hasta el fin. Levantadme.
Han sido tantos vuestros pecados,
que me aplastan…
Yo he cargado con ellos y todos los borraré en la cruz,
en esa que lleva el Cirineo.
Levantadme. Quiero llegar hasta el fin.
Cuando todo termine, acuérdate que me viste
por los suelos caído.
¡Cuántas veces lo he estado en tu vida!
No vivas en pecado; levántame;
no me dejes caído en tu alma tanto tiempo;
quiero llegar hasta el fin.

Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

Señor ten piedad de nosotros, ten piedad de nuestros pecados.

VIII  

Descripción: Octava estación

  • Octava Estación: Jesús consuela a las hijas de Jerusalén.

Te adoramos, Cristo, y te bendecimos. Porque con tu Santa Cruz redimiste al mundo.

Evangelio según San Lucas 23, 28-31«Jesús se volvió a ellas y les dijo: «Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí; llorad más bien por vosotras y por vuestros hijos. Porqué llegarán días en que se dirá:¡Dichosas las estériles, las entrañas que no engendraron y los pechos que no criaron!. Entonces se pondrán a decir a los montes: ¡Caed sobre nosotros! Y a las colinas: ¡Sepultadnos! Porque si en el leño verde hacen esto, en el seco ¿Qué se hará?».

Meditación.

Habla Jesús:

Llorar, no. Sufrir. No lloréis por mí.
Sufrid por vosotras y por vuestros hijos.
No quiero espectadores de mi pasión.
¡Vosotras que lloráis al borde del camino, callad!
No es hora de llorar; es hora de sufrir y de amar:
de sufrir por los hombres, de amar la redención.
Entrad en el misterio. Lloráis de compasión;
pero no basta.
No lloréis por mí, sufrid por los hombres;
por los que me rechazan, por los que me condenan,
por vuestros hijos, que pidieron mi muerte ante Pilato.
¡Llorar, no. Sufrir!

Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

Señor ten piedad de nosotros, ten piedad de nuestros pecados.

IX  

Descripción: Novena estación

  • Novena Estación: Jesús cae por tercera vez.

Te adoramos, Cristo, y te bendecimos. Porque con tu Santa Cruz redimiste al mundo.

Libro de las Lamentaciones 3, 27-32: «Bueno es para el hombre soportar el yugo desde su mocedad. Que se esté solo y silencioso, cuando el Señor se lo impone; que humille su boca en el polvo: quizá así quede esperanza; que ponga la mejilla a quien lo hiere, que se harte de oprobios. Porque no desecha para siempre a los humanos el Señor; después de afligir se apiada según su inmenso amor…»

Meditación.

Habla Jesús:

No; no me matéis aún; estamos cerca, llegaré. Está el Calvario a cuatro pasos;
dejadme respirar en el suelo.
Dejadme pensar en vosotros,
en los que han de venir detrás de vosotros
y me han de ver caído y no me han de hacer caso. Los conozco a todos.
Tú me ves aquí, cristiano;
¿hasta cuándo me vas a tener así en tu vida?
No tengas miedo; ¡acércate! ¡No te haré nada, no puedo!, sólo quiero que me mires; que veas mis ojos llenos de amor; que creas en mí, que me ames.
Quiero que te conmuevas, que sientas vergüenza de ser así conmigo;
que sientas dolor de ofenderme, de tirarme por los suelos.
Aquí estoy, caído. Podéis hacer de mí lo que queráis; sabéis que, a pesar de todo, os amaré.
Golpeadme, pisadme, despreciadme. No importa.
¡Siempre os amaré!

Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

Señor ten piedad de nosotros, ten piedad de nuestros pecados.

X  

Descripción: Décima estación

  • Décima Estación: Jesús es despojado de sus vestiduras.

Te adoramos, Cristo, y te bendecimos. Porque con tu Santa Cruz redimiste al mundo.

Lectura del Evangelio según San Mateo 27, 33 -36: «Llegados a un lugar llamado Gólgota, esto es, «Calvario», le dieron a beber vino mezclado con hiel; pero él después de probarlo, no quiso beberlo. Una vez que le crucificaron, se repartieron sus vestidos, echando a suertes. Y se quedaron sentados allí para custodiarle.»

Meditación.

Habla Jesús:

Lo siento por ella, por mi madre;
ahora que me habéis desnudado, ha visto ella todas mis heridas; ahora lo sabe todo;
siento más su vergüenza que la mía.
¡Pobre madre!
Avergonzaos, hombres, de lo que estáis haciendo:
desnudar a Dios con vuestras manos…
Pero… hacedlo. Quiero morir hermano de todos los pobres; quiero clavar en la cruz todas las miserias de los hombres; quiero lavar todas vuestras vergüenzas.
A través de los siglos, desnudo, estaré en tantos cristianos que profanan su cuerpo, su cuerpo que me pertenece.
Avergonzaos, hombres, de lo que estáis haciendo.
No lo siento por mí, lo siento por ella, mi Madre.

Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

Señor ten piedad de nosotros, ten piedad de nuestros pecados.

XI  

Descripción: Undécima estación

  • Undécima Estación: Jesús es clavado en la Cruz.

Te adoramos, Cristo, y te bendecimos. Porque con tu Santa Cruz redimiste al mundo.

Evangelio según San Mateo 27, 37-38: «Sobre su cabeza pusieron, por escrito, la causa de su condena: «Este es Jesús, el rey de los judíos». Y al mimo tiempo que a él crucifican a dos salteadores, uno a la derecha y otro a la izquierda.»

Meditación.

Habla María:

Ahí está, clavado, entre el cielo y la tierra.
Es mi hijo, vuestro hermano.
Ese cuerpo nació de mis entrañas.
¡Qué bello era! Esas manos clavadas,
¡qué suavemente acariciaban!
Esos pies clavados, ¡qué gozosos estaban sobre mis rodillas cuando me abrazaba de niño!
Ese rostro dolorido, ¡qué cielo era cuando estaba dormido!
¡Es mi hijo! Pero ya no me pertenece. Es vuestro.
Os lo entregué en vuestras manos, vuestras manos pecadoras. ¿Qué habéis hecho de Él?
Él os amaba, yo lo puedo jurar. Él os amaba con locura.
Nunca hizo mal a nadie. Desde la eternidad pensó siempre con amor en vosotros y lo habéis clavado en la cruz,
y le insultáis con vuestros gritos,
y le amenazáis con vuestros puños

Mirad, está muriendo por vosotros.
Es mi hijo, vuestro hermano.

Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

Señor ten piedad de nosotros, ten piedad de nuestros pecados.

XII  

Descripción: Duodécima estación

  • Duodécima Estación: Jesús muere en la Cruz.

Te adoramos, Cristo, y te bendecimos. Porque con tu Santa Cruz redimiste al mundo.

Evangelio según San Mateo 27, 45-50: «Desde la hora sexta hubo oscuridad sobre toda la tierra hasta la hora nona. Y alrededor de la hora nona clamó Jesús con fuerte voz: «¡Elí, Elí! ¿lemá sabactaní?», esto es: «Dios mío, Dios mío! ¿por qué me has abandonado?. Al oírlo algunos de los que estaban allí decían: A Elías llama éste». Y enseguida uno de ellos fue corriendo a tomar una esponja, la empapó en vinagre y, sujetándola a una caña, le ofrecía de beber. Pero los otros dijeron: «Deja, vamos a ver si viene Elías a salvarle». Pero Jesús. dando de nuevo un fuerte grito, exhaló el espíritu.»

Meditación.

Habla María:

No hay dolor como ver morir a un hijo, y aquí está:
muerto, inmóvil, el Hijo de Dios y de mis entrañas.
¡Ya habéis terminado vuestra obra! Podéis estar satisfechos los hombres.
Ya está muerto. La tierra está manchada con su sangre,
con su sangre que grita hasta los cielos gritos de perdón y de amor. No habéis sido vosotros solos los que lo matáis; vosotros sois la humanidad entera,
que ha reunido aquí todos sus pecados.
Ya está muerto. Ya no puede sufrir. Pero esta muerte la llevarán en sus corazones miles de hombres pecadores; cada corazón será un calvario cuando peca contra Dios.
Y junto a todos los calvarios, estaré yo en pie, viendo a mi hijo muerto en vuestras almas. Vosotros que habéis visto cómo ha muerto,
no volváis nunca a crucificarlo en vuestro corazón; es Hijo de Dios y de mis entrañas.

 Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

Señor ten piedad de nosotros, ten piedad de nuestros pecados.

XIII  

Descripción: Décimo tercera estación

  • Decimotercera Estación: Jesús en brazos de su Madre.

Te adoramos, Cristo, y te bendecimos. Porque con tu Santa Cruz redimiste al mundo.

Evangelio según San Juan 19, 25: «Junto a la cruz de Jesús estaban su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Clopás, y María Magdalena.»

Meditación.

Habla María:

Ha muerto. Ahora sí, ya me puedo acercar. ¡Es mi hijo! Dejadme abrazarlo. Dejadme darle el último beso.
Es el mismo, desfigurado, herido, muerto; pero el mismo. Murió amando; miradlo en los ojos abiertos, sin vida, pero ojos de amor.
Los que lo habéis matado, vosotros, los de todos los siglos, pecadores, venid a verlo, murió amando.
Los que lleváis a Cristo muerto en vuestra alma, venid a mí, soy su madre;
quiero tenerlo, y os quiero tener en mis brazos.
Quiero sufrir, también, junto a vosotros,
muertos por el pecado; quiero daros la vida,
ser plenamente vuestra madre.
El pecado, sólo él, ha puesto así a mi hijo, al que tengo muerto entre mis brazos. Ha muerto por salvar vuestra alma, por darle vida; no estéis muertos vosotros, los que ya sois mis hijos; los hijos de mi corazón doloroso.

Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

Señor ten piedad de nosotros, ten piedad de nuestros pecados.

XIV  

Descripción: Décimo cuarta estación

  • Decimocuarta Estación: Jesús es sepultado.

Te adoramos, Cristo, y te bendecimos. Porque con tu Santa Cruz redimiste al mundo.

Evangelio según San Mateo 27, 59-61: «José tomó el cuerpo, lo envolvió en una sábana limpia y lo puso en un sepulcro nuevo que había hecho excavar en la roca; luego, hizo rodar una gran piedra hasta la entrada del sepulcro y se fue.»

Meditación.

Habla María:

Han cerrado el sepulcro. Mi soledad es total. Ya no lo tengo. Pero este sepulcro no es eterno.
Resucitará al tercer día, como dijo.
Vivirá para no morir jamás.
Saldrá radiante del sepulcro como un sol.

Pero no tiene este sepulcro solamente.
Hay muchos corazones que lo tienen encerrado, muerto, sin salir a la vida.
¿ Qué hacen los cristianos con Cristo muerto en su vida? ¿Qué hacen viviendo en pecado mortal?
Ante estos sepulcros estaré yo velando eternamente;
ante los que están muertos y debían vivir.
Esperaré amorosa el resurgir de tu alma;
esperaré amorosa ante tu sepulcro;
porque tú también eres mi hijo.
¡Porque también te quiero tener vivo

 Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

Señor ten piedad de nosotros, ten piedad de nuestros pecados.

ORACIÓN FINAL (del Papa Francisco)

Señor Jesús, ayúdanos a ver en Tu Cruz todas las cruces del mundo;
la cruz de las personas hambrientas de pan y de amor;
la cruz de las personas solas y abandonadas por sus propios hijos y parientes;
la cruz de las personas sedientas de justicia y de paz;
la cruz de las personas que no tienen el consuelo de la fe;
la cruz de los ancianos que se arrastran bajo el peso de los años y la soledad;
la cruz de los migrantes que encuentran las puertas cerradas a causa del miedo y de los corazones blindados por cálculos políticos;
la cruz de los pequeños, heridos en su inocencia y en su pureza;
la cruz de la humanidad que vaga en lo oscuro de la incertidumbre y en la oscuridad de la cultura de lo momentáneo;
la cruz de las familias rotas por la traición, por las seducciones del maligno o por la homicida ligereza del egoísmo;
la cruz de los consagrados que buscan incansablemente portar Tu luz en el mundo y que se sienten rechazados, ridiculizados y humillados;
la cruz de los consagrados que en su caminar han olvidado su primer amor;
la cruz de tus hijos que, creyendo en Ti y buscando vivir según Tu palabra, se encuentran marginados y descartados incluso por sus familiares y sus coetáneos;
la cruz de nuestras debilidades, de nuestras hipocresías, de nuestras traiciones, de nuestros pecados y de nuestras numerosas promesas rotas;
la cruz de Tu Iglesia que, fiel a Tu Evangelio, se fatiga para llevar Tu amor también entre los mismos bautizados;
la cruz de la Iglesia, Tu esposa, que se siente asaltada continuamente en lo interno y lo externo;
la cruz de nuestra casa común que seriamente se marchita bajo nuestros ojos egoístas y cegados por la codicia y el poder.
Señor Jesús, reaviva en nosotros la esperanza de la resurrección y de Tu definitiva victoria contra todo mal y toda muerte. ¡Amén!